Nota de tapa: Soledad Villamil
Bastante alejada de la televisión, la actriz y cantante se prepara para volver con todo: el jueves con El secreto de sus ojos (la esperada película de Juan José Campanella) y la otra semana con Morir de amor, su segundo disco solista. Con 40 años recién cumplidos, nos habló de la pasión, la vida bohemia, el paso del tiempo y de lo enamorada que está de Federico Olivera, su pareja desde hace doce años y padre de sus dos hijas.
"Que encuentren su vocación, eso es lo que más deseo para mis hijas”, dirá en algún momento de la charla Soledad y el anhelo, esperable en boca de cualquier madre, encierra en su caso muchas de las claves que han signado largos períodos de su vida. Desde que tenía escasos 5 años y sentada frente al piano parecía anticiparles a todos un futuro netamente musical, hasta cuando cumplió 15 y en medio de su militancia juvenil (formó parte de la UJS, Unión de Juventudes por el Socialismo) descubrió la actuación de la mano de su “maestro”: Ricardo Bartís. Y así, un nuevo horizonte se abrió ante sus ojos, que poco tenía que ver con sus trabajos de correctora en la Editorial Fondo de Cultura Económica y mucho con aquel aparato ausente en la casa de sus padres: la televisión. Su debut como actriz fue en Zona de riesgo, el unitario de 1993 dirigido por Alberto Ure al que le sucedieron sucesos como De poeta y de loco, Vulnerables, Culpables y Locas de amor. También se lució en teatro y cine (donde conoció a Federico Olivera, su actual pareja, fan número uno y padre de sus hijas Violeta, de 8 años, y Clara, de 3) hasta que el volantazo no tardó en llegar. En 2006, Soledad, la actriz que todos aplaudían y premiaban decidió volcarse a la música, sin abandonar su anterior oficio, pero sí inyectándole a ese rumbo sus mayores energías. Y ahí forjó una nueva identidad, marcada por un repertorio bien “nacional” (muchos tangos y canciones “camperas”) y por un nuevo ámbito de pertenencia. “Muchas veces me han preguntado quiénes son más complicados, si los actores o los músicos, pero de veras siento que no existe una respuesta definitiva. Estoy convencida de que las miserias, las generosidades, las luces y las sombras de los humanos están en todos los ambientes y que en ese sentido es lo mismo un grupo de teatro, uno de música o un estudio de arquitectura”, sentencia Soledad, que la próxima semana estará presentando Morir de amor, su segundo disco en el marco del Festival de Tango de Buenos Aires. No obstante, su agenda pública se iniciará este jueves con un prometedor estreno en cine: El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella (quien ya la dirigió en El mismo amor, la misma lluvia), donde encarnará a Irene, una aplicada secretaria de juzgado que compartirá, junto a Ricardo Darín, una increíble historia de crimen, violencia y amores inconfesados.
-Se te ve poco como actriz, ¿por qué elegiste esta película para volver al ruedo?
-A ver, más allá de que siempre diré que sí cada vez que me llame Campanella, lo cierto es que con este proyecto me pasó algo tremendo... No te quiero mentir, pero nunca me devoré de manera tan voraz un guión como éste. Lo leí en dos horas, completamente hechizada. Además de esa historia, también me atrajo mucho la posibilidad de contar mi personaje, Irene, en dos etapas muy diferentes de su vida, desde que llega al juzgado con toda su ingenuidad a cuestas hasta el momento presente. Esto era un atractivo tremendo, sobre todo porque pasan muchas cosas en el medio...
-Entre esas “cosas” está tu relación con Benjamín Espósito (Ricardo Darín), que te ama, pero no se anima a decírtelo. ¿Qué te pasó con esa idea apenas la leíste?
-Me fascinó. En realidad, todo lo que sucede entre ellos me conmovió mucho. Es una historia muy linda y súper romántica, pero también muy dura a la vez, ya que supone ese imperativo del silencio, del amor inconfesado y latente que debe ser muy doloroso. Yo no viví nunca nada parecido y tampoco se lo deseo a nadie...
-¿Te considerás una mujer romántica?
-Sí, una romántica total (sonríe). Desde que tengo memoria, me conmueven particularmente ese tipo de historias, en libros, películas, series...
-Y a tu nuevo disco, justamente, lo titulaste Morir de amor...
-Sí, es por el tema que abre el CD, que tiene música de Alfredo Zitarrosa y letra de Idea Vilariño, la escritora uruguaya. Es uno de sus poemas más lindos y está dedicado a Onetti, con quien mantuvo un largo y nunca oficializado romance. Se ve que sufrió mucho por eso...
-Una vez más, la frustración como fuente de inspiración. ¿Tienen razón entonces los que dicen que para escribir sobre el amor es imprescindible padecerlo?
-(Sonríe) Y, bueno, lo que pasa es que no todo debe ser estrictamente autobiográfico, ¿o sí? Me parece que ahí entra la capacidad de cada artista para abstraerse y tomar materiales de la vida que excedan su momento actual. Para este disco yo decidí cantarle al amor, y de hecho incluí por primera vez un género como el bolero, pero no porque sea una mujer sufrida. Todo lo contrario.
-Luego de 12 años juntos y con una familia ya constituida, ¿podés decir que seguís enamorada de Federico?
-Sí, completamente, ¿para qué estar juntos si no? Nadie habla de caminar siempre a dos metros del piso, pero sí estoy convencida de que es vital mantener vivo el deseo por el otro. Hay un libro que se llama Del enamoramiento al amor y me parece que sintetiza bastante bien esta idea de etapas, necesarias para cualquier relación, siempre y cuando no prescindan de esa chispa esencial. Con Fede nos une mucho la pasión.
-Suelen armar planes románticos, ¿un viaje a solas por ejemplo?
-Nos encanta viajar, pero si logramos hacerlo, aprovechamos para ir a Córdoba o al sur con las nenas. Es como que los planes íntimos van más con la ciudad y los familiares con la sierra (ríe). Vamos, nos tomamos un saque de oxígeno y volvemos a la ciudad.
-Hablando de eso, ¿sos una mujer que tiene algún vicio?
-¿Hablando de saques decís?, ¿vos estás loco? (ríe). No, llevo una vida muy sana. No fumo, casi no tomo alcohol y como muy poca carne, un hábito que compartimos con Fede desde el primer día en que nos conocimos ¿Ves? Eso fue una cosa que me sorprendió mucho de él, sobre todo porque los hombres suelen ser bastante más carnívoros que nosotras.
-Tus dos hijas van a una escuela Waldorf y, desde afuera, uno intuye una vida familiar bastante bohemia. ¿Creés que llegará el momento en que alguna de ellas elija romper con ese ambiente?
-Mirá, todos en algún momento renegamos de nuestros padres, pero por ahora, me parece bien que se críen dentro de esos parámetros que vos definís como bohemios. Hoy yo les administro bastante los espacios, pero sobre todo porque son chicas y me parece que para tratar con computadoras y televisión tienen tiempo de sobra. No hay que quemar etapas.
-¿No ven televisión?, ¿ni un poco?
-No, de hecho no tengo cable, pero tampoco quiero hacer una bandera de eso. Sobre todo porque la enorme mayoría de la gente eligió otro camino y siento que hasta puede sonar pedante decir: “nosotros no vemos televisión”.
-¿Y qué es lo que se gana cuando se elige eso?
-¡Uff, mucho! En primer lugar, tiempo. Para dormir, leer, tejer, cuidar las plantas y sobre todo, para jugar. ¿Qué hacían antes nuestros abuelos o padres cuando no había tanta pantalla encendida? Jugaban, algo que está en la esencia de todos los chicos y que si seguimos así, se perderá para siempre. Eso sí me preocupa.
-Esa postura, ¿no te mantiene alejada del tendal de nuevas tecnologías?
-En general, no soy una persona que esté detrás de lo último, pero no sólo respecto de este tema, sino que me pasa también con el arte, la cultura. Igual no soy una amish, llevo mi música en el iPod y trabajo bastante frente a la computadora. Eso sí, con el Facebook duré sólo dos meses, no aguanté tanta sobrecarga virtual… (sonríe)
-¿Me equivoco si te defino como nostálgica?
-Me lo han dicho alguna vez, pero yo no lo veo de esa manera, sobre todo porque eso me suena a añoranza, a idealizar un paraíso perdido y yo no soy así. ¿Volver a la secundaria? ¡Ni loca! Esto, el hoy, es muchísimo mejor.
-Respecto de eso, ¿te provocó algo en particular haber cumplido 40?
-Sí, la verdad que sí… (pausa) aunque me cuesta ponerlo en palabras... Fue como que tomé conciencia y me dije: “la vida también es esto, es ir creciendo y eso es indefectible”. No sé, me parece que solemos vivir en una cierta ilusión de eternidad y, al menos en mi caso, cumplir años me encendió una lamparita. No sé lo que viene después de esta vida, pero sí sé que de ésta, quizá la única que tenga, ya pasaron 40 años. Ni más ni menos... No es algo negativo, pero sí un límite para tener en cuenta.
-¿Cómo te gustaría entonces que sean los años venideros?
-(Piensa) En algún punto, yo creo que logré acercar el camino de mis deseos con el de los hechos. Y eso no es poco. El ejemplo más cabal es el de la música, un terreno en donde nadie me dice lo que hay que hacer, sino que todo nace de mí, obvio que para compartirlo con mis compañeros, pero donde no existen las pautas de un productor o de alguna otra autoridad suprema. En términos generales me gustaría seguir acentuando esa senda.
-¿Y en lo personal?
-Vuelvo al tema de los 40. El tiempo pasa y no sólo para mí, sino también para mis hijas. En breve llegará la adolescencia de por lo menos la más grande y siento que ya debo prepararme para eso. No sé qué es ser buena madre, pero me parece que en un par de años lo voy a saber mucho menos...
Fuente: http://www.revista-luz.com.ar/ed_0226/nota1.html
Bastante alejada de la televisión, la actriz y cantante se prepara para volver con todo: el jueves con El secreto de sus ojos (la esperada película de Juan José Campanella) y la otra semana con Morir de amor, su segundo disco solista. Con 40 años recién cumplidos, nos habló de la pasión, la vida bohemia, el paso del tiempo y de lo enamorada que está de Federico Olivera, su pareja desde hace doce años y padre de sus dos hijas.
"Que encuentren su vocación, eso es lo que más deseo para mis hijas”, dirá en algún momento de la charla Soledad y el anhelo, esperable en boca de cualquier madre, encierra en su caso muchas de las claves que han signado largos períodos de su vida. Desde que tenía escasos 5 años y sentada frente al piano parecía anticiparles a todos un futuro netamente musical, hasta cuando cumplió 15 y en medio de su militancia juvenil (formó parte de la UJS, Unión de Juventudes por el Socialismo) descubrió la actuación de la mano de su “maestro”: Ricardo Bartís. Y así, un nuevo horizonte se abrió ante sus ojos, que poco tenía que ver con sus trabajos de correctora en la Editorial Fondo de Cultura Económica y mucho con aquel aparato ausente en la casa de sus padres: la televisión. Su debut como actriz fue en Zona de riesgo, el unitario de 1993 dirigido por Alberto Ure al que le sucedieron sucesos como De poeta y de loco, Vulnerables, Culpables y Locas de amor. También se lució en teatro y cine (donde conoció a Federico Olivera, su actual pareja, fan número uno y padre de sus hijas Violeta, de 8 años, y Clara, de 3) hasta que el volantazo no tardó en llegar. En 2006, Soledad, la actriz que todos aplaudían y premiaban decidió volcarse a la música, sin abandonar su anterior oficio, pero sí inyectándole a ese rumbo sus mayores energías. Y ahí forjó una nueva identidad, marcada por un repertorio bien “nacional” (muchos tangos y canciones “camperas”) y por un nuevo ámbito de pertenencia. “Muchas veces me han preguntado quiénes son más complicados, si los actores o los músicos, pero de veras siento que no existe una respuesta definitiva. Estoy convencida de que las miserias, las generosidades, las luces y las sombras de los humanos están en todos los ambientes y que en ese sentido es lo mismo un grupo de teatro, uno de música o un estudio de arquitectura”, sentencia Soledad, que la próxima semana estará presentando Morir de amor, su segundo disco en el marco del Festival de Tango de Buenos Aires. No obstante, su agenda pública se iniciará este jueves con un prometedor estreno en cine: El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella (quien ya la dirigió en El mismo amor, la misma lluvia), donde encarnará a Irene, una aplicada secretaria de juzgado que compartirá, junto a Ricardo Darín, una increíble historia de crimen, violencia y amores inconfesados.
-Se te ve poco como actriz, ¿por qué elegiste esta película para volver al ruedo?
-A ver, más allá de que siempre diré que sí cada vez que me llame Campanella, lo cierto es que con este proyecto me pasó algo tremendo... No te quiero mentir, pero nunca me devoré de manera tan voraz un guión como éste. Lo leí en dos horas, completamente hechizada. Además de esa historia, también me atrajo mucho la posibilidad de contar mi personaje, Irene, en dos etapas muy diferentes de su vida, desde que llega al juzgado con toda su ingenuidad a cuestas hasta el momento presente. Esto era un atractivo tremendo, sobre todo porque pasan muchas cosas en el medio...
-Entre esas “cosas” está tu relación con Benjamín Espósito (Ricardo Darín), que te ama, pero no se anima a decírtelo. ¿Qué te pasó con esa idea apenas la leíste?
-Me fascinó. En realidad, todo lo que sucede entre ellos me conmovió mucho. Es una historia muy linda y súper romántica, pero también muy dura a la vez, ya que supone ese imperativo del silencio, del amor inconfesado y latente que debe ser muy doloroso. Yo no viví nunca nada parecido y tampoco se lo deseo a nadie...
-¿Te considerás una mujer romántica?
-Sí, una romántica total (sonríe). Desde que tengo memoria, me conmueven particularmente ese tipo de historias, en libros, películas, series...
-Y a tu nuevo disco, justamente, lo titulaste Morir de amor...
-Sí, es por el tema que abre el CD, que tiene música de Alfredo Zitarrosa y letra de Idea Vilariño, la escritora uruguaya. Es uno de sus poemas más lindos y está dedicado a Onetti, con quien mantuvo un largo y nunca oficializado romance. Se ve que sufrió mucho por eso...
-Una vez más, la frustración como fuente de inspiración. ¿Tienen razón entonces los que dicen que para escribir sobre el amor es imprescindible padecerlo?
-(Sonríe) Y, bueno, lo que pasa es que no todo debe ser estrictamente autobiográfico, ¿o sí? Me parece que ahí entra la capacidad de cada artista para abstraerse y tomar materiales de la vida que excedan su momento actual. Para este disco yo decidí cantarle al amor, y de hecho incluí por primera vez un género como el bolero, pero no porque sea una mujer sufrida. Todo lo contrario.
-Luego de 12 años juntos y con una familia ya constituida, ¿podés decir que seguís enamorada de Federico?
-Sí, completamente, ¿para qué estar juntos si no? Nadie habla de caminar siempre a dos metros del piso, pero sí estoy convencida de que es vital mantener vivo el deseo por el otro. Hay un libro que se llama Del enamoramiento al amor y me parece que sintetiza bastante bien esta idea de etapas, necesarias para cualquier relación, siempre y cuando no prescindan de esa chispa esencial. Con Fede nos une mucho la pasión.
-Suelen armar planes románticos, ¿un viaje a solas por ejemplo?
-Nos encanta viajar, pero si logramos hacerlo, aprovechamos para ir a Córdoba o al sur con las nenas. Es como que los planes íntimos van más con la ciudad y los familiares con la sierra (ríe). Vamos, nos tomamos un saque de oxígeno y volvemos a la ciudad.
-Hablando de eso, ¿sos una mujer que tiene algún vicio?
-¿Hablando de saques decís?, ¿vos estás loco? (ríe). No, llevo una vida muy sana. No fumo, casi no tomo alcohol y como muy poca carne, un hábito que compartimos con Fede desde el primer día en que nos conocimos ¿Ves? Eso fue una cosa que me sorprendió mucho de él, sobre todo porque los hombres suelen ser bastante más carnívoros que nosotras.
-Tus dos hijas van a una escuela Waldorf y, desde afuera, uno intuye una vida familiar bastante bohemia. ¿Creés que llegará el momento en que alguna de ellas elija romper con ese ambiente?
-Mirá, todos en algún momento renegamos de nuestros padres, pero por ahora, me parece bien que se críen dentro de esos parámetros que vos definís como bohemios. Hoy yo les administro bastante los espacios, pero sobre todo porque son chicas y me parece que para tratar con computadoras y televisión tienen tiempo de sobra. No hay que quemar etapas.
-¿No ven televisión?, ¿ni un poco?
-No, de hecho no tengo cable, pero tampoco quiero hacer una bandera de eso. Sobre todo porque la enorme mayoría de la gente eligió otro camino y siento que hasta puede sonar pedante decir: “nosotros no vemos televisión”.
-¿Y qué es lo que se gana cuando se elige eso?
-¡Uff, mucho! En primer lugar, tiempo. Para dormir, leer, tejer, cuidar las plantas y sobre todo, para jugar. ¿Qué hacían antes nuestros abuelos o padres cuando no había tanta pantalla encendida? Jugaban, algo que está en la esencia de todos los chicos y que si seguimos así, se perderá para siempre. Eso sí me preocupa.
-Esa postura, ¿no te mantiene alejada del tendal de nuevas tecnologías?
-En general, no soy una persona que esté detrás de lo último, pero no sólo respecto de este tema, sino que me pasa también con el arte, la cultura. Igual no soy una amish, llevo mi música en el iPod y trabajo bastante frente a la computadora. Eso sí, con el Facebook duré sólo dos meses, no aguanté tanta sobrecarga virtual… (sonríe)
-¿Me equivoco si te defino como nostálgica?
-Me lo han dicho alguna vez, pero yo no lo veo de esa manera, sobre todo porque eso me suena a añoranza, a idealizar un paraíso perdido y yo no soy así. ¿Volver a la secundaria? ¡Ni loca! Esto, el hoy, es muchísimo mejor.
-Respecto de eso, ¿te provocó algo en particular haber cumplido 40?
-Sí, la verdad que sí… (pausa) aunque me cuesta ponerlo en palabras... Fue como que tomé conciencia y me dije: “la vida también es esto, es ir creciendo y eso es indefectible”. No sé, me parece que solemos vivir en una cierta ilusión de eternidad y, al menos en mi caso, cumplir años me encendió una lamparita. No sé lo que viene después de esta vida, pero sí sé que de ésta, quizá la única que tenga, ya pasaron 40 años. Ni más ni menos... No es algo negativo, pero sí un límite para tener en cuenta.
-¿Cómo te gustaría entonces que sean los años venideros?
-(Piensa) En algún punto, yo creo que logré acercar el camino de mis deseos con el de los hechos. Y eso no es poco. El ejemplo más cabal es el de la música, un terreno en donde nadie me dice lo que hay que hacer, sino que todo nace de mí, obvio que para compartirlo con mis compañeros, pero donde no existen las pautas de un productor o de alguna otra autoridad suprema. En términos generales me gustaría seguir acentuando esa senda.
-¿Y en lo personal?
-Vuelvo al tema de los 40. El tiempo pasa y no sólo para mí, sino también para mis hijas. En breve llegará la adolescencia de por lo menos la más grande y siento que ya debo prepararme para eso. No sé qué es ser buena madre, pero me parece que en un par de años lo voy a saber mucho menos...
Fuente: http://www.revista-luz.com.ar/ed_0226/nota1.html
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