Soledad Villamil
Decir, sentir y temblar a través de las canciones

Marcelo Pavazza.
“Que el que se larga a los gritos no escucha su propio canto”, dice Yupanqui en Milonga del solitario, uno de esos portentos en los que Don Ata enlaza la poesía para bajarla de su pedestal y mezclarla con aires camperos. Soledad Villamil tomó esa línea como una sentencia, y depositó en su propio decir, reposado, un repertorio que le debe mucho a la actriz –momentáneamente en suspenso–: la tarea de canalizar en su elección una necesidad interpretativa. “Seguramente mi condición de actriz me ha llevado a elegir determinadas canciones con fuerza expresiva en las imágenes o relatos que plantean. El aguacero, la primera canción del disco y la que abre el espectáculo, es la descripción de una tormenta, contada de manera tal que una se puede sentir en el medio de ella.”
Está sentada en una de las mesas de Notorious, mezcla de tienda de música y lugar de reunión con jardín al fondo incluido, y escenario del ciclo de recitales que comenzó el pasado jueves. Y está entusiasmada. Muchas veces, durante la charla, y ante la mención de los temas que canta, se interrumpe, imaginando la canción: “Temblando, qué lindo”, y baja la vista y sonríe: “Cuando lo canto y llego al final, me emociona tanto que casi se me quiebra la voz, porque el que habla allí, más que un cobarde, es alguien desbordado por la emoción. Y es tanto lo que tiene para decir que no lo puede enfrentar”.
Temblando, como la milonga y el tango referidos al comienzo de esta nota –más un puñado de canciones perfectamente elegidas– son parte de Canta, el disco que está en la calle desde diciembre y vuelve a ser motivo de sus shows. “Aunque te digo que el espectáculo tiene una plasticidad que permite que lo hagamos tanto aquí como en un festival en el interior frente a tres mil personas. Obviamente, manejamos la lista de canciones de acuerdo con el espacio, pero siento que el espectáculo es portátil, tiene una cosa muy dúctil.”
–¿Y en qué otra cosa, además de la elección de los temas, aparece la actriz?
–En realidad, nunca pienso “ahora soy la actriz, ahora la cantante”. Digamos que la actriz está en las capacidades expresivas que se pueden poner al servicio de esos relatos de tres minutos, que son las canciones. Y la labor de la cantante está en el trabajo sobre la voz, que encierra un mundo interesante, no sólo al nivel de lo que se escucha sino también de lo que le pasa al que canta, a la vivencia que tiene.
–Y el público, que conoce a la actriz, ¿cómo reacciona ante la cantante?
–Muy bien, con una mezcla de sorpresa y agrado. Los arreglos, las versiones, las canciones que le acercamos al público, todo genera entusiasmo: generalmente los recitales terminan muy arriba, con pedidos de bises y todo.
–Y los viejos tangueros, ¿qué te dicen?
–Muchas veces son los que más se acercan para señalarme algo especial sobre alguna canción. En general, la gente me dice que la interpretación le hace bien al género. Es como si eso de sentir las letras se hubiera ido perdiendo con el tiempo y, quizás, el tipo de abordaje que yo hago –ponerle énfasis a la letra, trabajar desde el fraseo y rítmicamente, sumándole el arreglo hecho a favor de la idea de la poesía– hace que mucha gente lo revalorice.
Una cosa hay que dejar en claro: Soledad Villamil no es una actriz que canta, es una cantante consumada, que se sirve tanto del estilo de las llamadas “cancionistas” como de su propia sensibilidad para enfrentar un repertorio de “cantor nacional”. Una lista de canciones como un viaje (“yo lo planteo así, ya que al tener diferentes ritmos –la cosa campera, los motivos más alegres, la chamarrita, la ranchera, las cosas de Zitarrosa, los tangos urbanos y pasionales– permite como una sensación de ir cambiando el paisaje”) y cierta apertura que no está registrada en Canta (“la copla española Ojos verdes, que me gusta muchísimo”) y que, tal vez, forme parte de su próximo disco.
Claro que, en tanto actriz, Villamil no puede dejar de involucrarse en lo que el público tiene enfrente: “De forma natural me surge esto de involucrarme en la puesta en escena, que tiene que ver con lo visual, con el vestuario y el ambiente; pero también con la progresión de las canciones y los climas que va creando”.
–¿Y en los arreglos musicales también te involucrás?
–Los arreglos y la dirección musical los hace José Teixidó, pero hay un trabajo previo en conjunto: aparece el tema, lo trabajamos bastante los dos solos con la guitarra y le buscamos la forma. Después él termina agregándoselo al arreglo, con su gran talento y creatividad. Pero hay un momento en que, de alguna manera, compartimos el criterio en cuanto a hacia dónde podría ir una canción, qué aire podría tener, qué dirección.
La Soledad Villamil que se ve en el sobre interno del disco baila y da vueltas, con sus brazos en alto, formando trompos con el vuelo de sus vestidos (de un lado del librito tiene puesto uno rojo, del otro, uno negro), como en un estado de felicidad que sin duda se traduce en el contenido del álbum.
Sin embargo, desbaratando la sospecha de que la actuación, por ahora, haya quedado a un costado, se refiere a ello sin problemas: “No, la actriz no quedó atrás, tuve un parate por maternidad y se dio que en los últimos dos años trabajé más como cantante, pero siempre estoy leyendo e investigando”. ¿Tele?, ¿teatro?, ¿cine? ¿Qué llevará a Soledad Villamil otra vez al camino de la actuación?: “Tele nada, por ahora (además de Televisión por la identidad, ver recuadro). Lo último que hice con regularidad fue Locas de amor en 2004; y en teatro fue Ella en mi cabeza. Pero me encanta, y en un futuro me gustaría producir o dirigir alguna de las obras que leo. Lo que pasa es que tanto tele como teatro cayeron en la volteada al no disponer –o no querer disponer– de muchas horas al día, o de muchas noches”.
–¿Y el cine?
–Ahora voy a filmar con (Juan José) Campanella, en septiembre, reeditando de alguna manera aquel equipo que formamos con él y Ricardo Darín. Es una historia de amor que se desarrolla a lo largo de mucho tiempo, que tiene algunas cosas en común con El mismo amor, la misma lluvia, aunque este guión es completamente diferente, no retoma aquella historia sino que tiene otro planteo: hay una trama policial y una trama amorosa paralelas. El guión –de Campanella y Eduardo Sacheri– es buenísimo, hacía mucho que no leía algo tan bueno; me pareció extraordinario.
–Mientras tanto, se te ve disfrutando mucho esto de la música en vivo, ¿no?
–Es que cantar me cura; y creo que cantar es algo que todos debemos hacer, es totalmente sanador. En el misterio de poder expresarse a través de la voz hay algo que hace circular cuestiones que el ser humano necesita. Esa energía, esa fuerza, esa creatividad que sale con su sonido. Si tengo alguna preocupación voy a ensayar, canto dos horas y realmente me olvidé de la preocupación. Cantar es terapéutico.
“Con Televisión por la identidad, no podía parar de llorar”
Soledad Villamil no estuvo en la ceremonia de entrega de los premios Martín Fierro. Estaba de viaje y ni siquiera recibió una invitación. Esa noche, Televisión por la identidad ganó como mejor unitario. La serie de Telefe, como se sabe, la tiene a ella como una de sus figuras principales, en el capítulo que se repuso ayer miércoles a la noche.
No es una actriz que juega con la voz, sino una intérprete consumada, que asume un repertorio de “cantor nacional” y se entrega a los escenarios. Una ceremonia que se realiza hoy, y todos los jueves de julio y agosto, en Notorious.
“Me encantó hacer ese trabajo –dice ella–, aunque no me animo a ver el capítulo: lo tengo en DVD y no puedo, no me lo banco. Lo vio mi marido solo, porque yo no pude. Es más, es la primera vez que casi no puedo estudiar escenas. Pero el personaje –la madre adoptiva de Tatiana, una nena de cinco años cuya madre fue secuestrada– fue muy especial, muy lindo de hacer. Y es interesante que ese haya sido el primer capítulo del ciclo, porque no es el caso más trágico, no es la historia de un apropiador, sino la de una familia que adoptó de buena fe.”
“Para mí, hacerlo fue muy movilizador, desde la lectura del guión –te digo algo que nunca me pasó: no podía parar de llorar mientras leía– hasta el trabajo de las escenas; todo fue muy fuerte. Tengo bastante relación con el tema por mi propia experiencia familiar, así que no necesité mayor motivación: mi viejo es militante de izquierda y desde chica tuve contacto con todos estos temas. No viví, por suerte, una situación tan trágica como esa, pero sí conocí muchos casos. Y es algo marcado a fuego.”
Entrevista de la Revista Critica de Argentina
Fecha de publicacion: 10 de Julio
Link: http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=7784
Decir, sentir y temblar a través de las canciones
Marcelo Pavazza.
“Que el que se larga a los gritos no escucha su propio canto”, dice Yupanqui en Milonga del solitario, uno de esos portentos en los que Don Ata enlaza la poesía para bajarla de su pedestal y mezclarla con aires camperos. Soledad Villamil tomó esa línea como una sentencia, y depositó en su propio decir, reposado, un repertorio que le debe mucho a la actriz –momentáneamente en suspenso–: la tarea de canalizar en su elección una necesidad interpretativa. “Seguramente mi condición de actriz me ha llevado a elegir determinadas canciones con fuerza expresiva en las imágenes o relatos que plantean. El aguacero, la primera canción del disco y la que abre el espectáculo, es la descripción de una tormenta, contada de manera tal que una se puede sentir en el medio de ella.”
Está sentada en una de las mesas de Notorious, mezcla de tienda de música y lugar de reunión con jardín al fondo incluido, y escenario del ciclo de recitales que comenzó el pasado jueves. Y está entusiasmada. Muchas veces, durante la charla, y ante la mención de los temas que canta, se interrumpe, imaginando la canción: “Temblando, qué lindo”, y baja la vista y sonríe: “Cuando lo canto y llego al final, me emociona tanto que casi se me quiebra la voz, porque el que habla allí, más que un cobarde, es alguien desbordado por la emoción. Y es tanto lo que tiene para decir que no lo puede enfrentar”.
Temblando, como la milonga y el tango referidos al comienzo de esta nota –más un puñado de canciones perfectamente elegidas– son parte de Canta, el disco que está en la calle desde diciembre y vuelve a ser motivo de sus shows. “Aunque te digo que el espectáculo tiene una plasticidad que permite que lo hagamos tanto aquí como en un festival en el interior frente a tres mil personas. Obviamente, manejamos la lista de canciones de acuerdo con el espacio, pero siento que el espectáculo es portátil, tiene una cosa muy dúctil.”
–¿Y en qué otra cosa, además de la elección de los temas, aparece la actriz?
–En realidad, nunca pienso “ahora soy la actriz, ahora la cantante”. Digamos que la actriz está en las capacidades expresivas que se pueden poner al servicio de esos relatos de tres minutos, que son las canciones. Y la labor de la cantante está en el trabajo sobre la voz, que encierra un mundo interesante, no sólo al nivel de lo que se escucha sino también de lo que le pasa al que canta, a la vivencia que tiene.
–Y el público, que conoce a la actriz, ¿cómo reacciona ante la cantante?
–Muy bien, con una mezcla de sorpresa y agrado. Los arreglos, las versiones, las canciones que le acercamos al público, todo genera entusiasmo: generalmente los recitales terminan muy arriba, con pedidos de bises y todo.
–Y los viejos tangueros, ¿qué te dicen?
–Muchas veces son los que más se acercan para señalarme algo especial sobre alguna canción. En general, la gente me dice que la interpretación le hace bien al género. Es como si eso de sentir las letras se hubiera ido perdiendo con el tiempo y, quizás, el tipo de abordaje que yo hago –ponerle énfasis a la letra, trabajar desde el fraseo y rítmicamente, sumándole el arreglo hecho a favor de la idea de la poesía– hace que mucha gente lo revalorice.
Una cosa hay que dejar en claro: Soledad Villamil no es una actriz que canta, es una cantante consumada, que se sirve tanto del estilo de las llamadas “cancionistas” como de su propia sensibilidad para enfrentar un repertorio de “cantor nacional”. Una lista de canciones como un viaje (“yo lo planteo así, ya que al tener diferentes ritmos –la cosa campera, los motivos más alegres, la chamarrita, la ranchera, las cosas de Zitarrosa, los tangos urbanos y pasionales– permite como una sensación de ir cambiando el paisaje”) y cierta apertura que no está registrada en Canta (“la copla española Ojos verdes, que me gusta muchísimo”) y que, tal vez, forme parte de su próximo disco.
Claro que, en tanto actriz, Villamil no puede dejar de involucrarse en lo que el público tiene enfrente: “De forma natural me surge esto de involucrarme en la puesta en escena, que tiene que ver con lo visual, con el vestuario y el ambiente; pero también con la progresión de las canciones y los climas que va creando”.
–¿Y en los arreglos musicales también te involucrás?
–Los arreglos y la dirección musical los hace José Teixidó, pero hay un trabajo previo en conjunto: aparece el tema, lo trabajamos bastante los dos solos con la guitarra y le buscamos la forma. Después él termina agregándoselo al arreglo, con su gran talento y creatividad. Pero hay un momento en que, de alguna manera, compartimos el criterio en cuanto a hacia dónde podría ir una canción, qué aire podría tener, qué dirección.
La Soledad Villamil que se ve en el sobre interno del disco baila y da vueltas, con sus brazos en alto, formando trompos con el vuelo de sus vestidos (de un lado del librito tiene puesto uno rojo, del otro, uno negro), como en un estado de felicidad que sin duda se traduce en el contenido del álbum.
Sin embargo, desbaratando la sospecha de que la actuación, por ahora, haya quedado a un costado, se refiere a ello sin problemas: “No, la actriz no quedó atrás, tuve un parate por maternidad y se dio que en los últimos dos años trabajé más como cantante, pero siempre estoy leyendo e investigando”. ¿Tele?, ¿teatro?, ¿cine? ¿Qué llevará a Soledad Villamil otra vez al camino de la actuación?: “Tele nada, por ahora (además de Televisión por la identidad, ver recuadro). Lo último que hice con regularidad fue Locas de amor en 2004; y en teatro fue Ella en mi cabeza. Pero me encanta, y en un futuro me gustaría producir o dirigir alguna de las obras que leo. Lo que pasa es que tanto tele como teatro cayeron en la volteada al no disponer –o no querer disponer– de muchas horas al día, o de muchas noches”.
–¿Y el cine?
–Ahora voy a filmar con (Juan José) Campanella, en septiembre, reeditando de alguna manera aquel equipo que formamos con él y Ricardo Darín. Es una historia de amor que se desarrolla a lo largo de mucho tiempo, que tiene algunas cosas en común con El mismo amor, la misma lluvia, aunque este guión es completamente diferente, no retoma aquella historia sino que tiene otro planteo: hay una trama policial y una trama amorosa paralelas. El guión –de Campanella y Eduardo Sacheri– es buenísimo, hacía mucho que no leía algo tan bueno; me pareció extraordinario.
–Mientras tanto, se te ve disfrutando mucho esto de la música en vivo, ¿no?
–Es que cantar me cura; y creo que cantar es algo que todos debemos hacer, es totalmente sanador. En el misterio de poder expresarse a través de la voz hay algo que hace circular cuestiones que el ser humano necesita. Esa energía, esa fuerza, esa creatividad que sale con su sonido. Si tengo alguna preocupación voy a ensayar, canto dos horas y realmente me olvidé de la preocupación. Cantar es terapéutico.
“Con Televisión por la identidad, no podía parar de llorar”
Soledad Villamil no estuvo en la ceremonia de entrega de los premios Martín Fierro. Estaba de viaje y ni siquiera recibió una invitación. Esa noche, Televisión por la identidad ganó como mejor unitario. La serie de Telefe, como se sabe, la tiene a ella como una de sus figuras principales, en el capítulo que se repuso ayer miércoles a la noche.
No es una actriz que juega con la voz, sino una intérprete consumada, que asume un repertorio de “cantor nacional” y se entrega a los escenarios. Una ceremonia que se realiza hoy, y todos los jueves de julio y agosto, en Notorious.
“Me encantó hacer ese trabajo –dice ella–, aunque no me animo a ver el capítulo: lo tengo en DVD y no puedo, no me lo banco. Lo vio mi marido solo, porque yo no pude. Es más, es la primera vez que casi no puedo estudiar escenas. Pero el personaje –la madre adoptiva de Tatiana, una nena de cinco años cuya madre fue secuestrada– fue muy especial, muy lindo de hacer. Y es interesante que ese haya sido el primer capítulo del ciclo, porque no es el caso más trágico, no es la historia de un apropiador, sino la de una familia que adoptó de buena fe.”
“Para mí, hacerlo fue muy movilizador, desde la lectura del guión –te digo algo que nunca me pasó: no podía parar de llorar mientras leía– hasta el trabajo de las escenas; todo fue muy fuerte. Tengo bastante relación con el tema por mi propia experiencia familiar, así que no necesité mayor motivación: mi viejo es militante de izquierda y desde chica tuve contacto con todos estos temas. No viví, por suerte, una situación tan trágica como esa, pero sí conocí muchos casos. Y es algo marcado a fuego.”
Entrevista de la Revista Critica de Argentina
Fecha de publicacion: 10 de Julio
Link: http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=7784
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